El conocimiento de la cerámica artesanal como elemento constructivo en la historia es un campo tan apasionante como inmenso. Sin embargo, el curioso lector que esté interesado en acercarse a este tipo de material, va a poder descubrir en el siguiente texto una aproximación histórica sobre los orígenes de la cerámica artesanal a partir del: LADRILLO ARTESANAL.
A lo largo de la Historia la arcilla (materia prima de la cerámica) ha tenido un uso muy difundido, ya que es fácil de encontrar y moldear.
De esta manera el barro ha estado siempre presente en las sociedades humanas a partir de diferentes formas y funcionalidades, por lo que la cerámica hecha a mano abarca un amplio abanico de tipos que constituyen un auténtico arte.
El extendido empleo de ésta como material arquitectónico en todas las épocas hace que hoy en día sea muy importante para la restauración del Patrimonio. Si a ello le sumamos su papel en la construcción actual (suelos, bordillos, revestidos, etc.) y su valor decorativo, nos hallamos ante un material de gran valor.
Pues bien, en la pedanía murciana de Valentín podemos encontrar el exclusivo presente de esta tradición artesana milenaria.
Tradición que sin marginar la innovación y el desarrollo, aún conserva el método de fabricación de siempre, es decir, extraer la materia prima, amasar el barro, moldearlo en moldes de madera, secar al sol el producto y cocerlo en el horno.
Un horno de coción típicamente romano (conocido como moruno) cuya cámara de combustión esta debajo de la de cocción, encontrándose esta última cerrada por una bóveda de cañón. Así como las más antiguas técnicas de producción artesanal, como el esmaltado, la teja, la losa y el ladrillo moldeados, protagonista este último de un viaje, a partir de la siguiente pregunta:
¿cuáles fueron sus orígenes?
Los orígenes más remotos del ladrillo se remontan a la Prehistoria, cuando hace alrededor de 10000 años las sociedades sedentarias y agrícolas del Neolítico precerámico A en Próximo Oriente empezaron a construir sus viviendas con paredes de ladrillos de barro.
Pero se trataba todavía de ladrillos rudimentarios sin cocer a los que se daba forma a mano.
Será en la Antigüedad cuando se presenten los avances originales en la artesanía que hoy conocemos. De manera que alrededor del año 3000 a. C. en Egipto se introduce el molde de madera como herramienta de fabricación.
Los ladrillos pasan entonces a ser rectangulares y uniformes, a partir de una mezcla de barro y paja, que conocemos como adobe.
Los egipcios siempre tendrían en cuenta el uso de este material en la construcción, sin que la cocción les suscitara gran interés.
De hecho en el Reino Medio (inicios II milenio a. C.) el barro es símbolo de lo vivo, construyéndose con adobe el núcleo de pirámides como la de Hawara o Lahum.
Un ilustrativo testimonio del método de fabricación nos lo ofrecen los frescos de la tumba de Rekh-mi-Re en Tebas, que es básicamente como el de hoy.
Trasladándonos a Mesopotamia, en la ciudad-estado de Sumer, durante el periodo de Uruk (3100-2800 a. C.) se desarrolla la técnica de cocción, un avance que hace del ladrillo un material especializado y por tanto más caro, pero resistente al agua.
Si en Egipto la piedra es símbolo de eternidad y poder, aquí lo va a ser el ladrillo cocido, por lo que se emplea en palacios y templos. El modelo más representativo es el colosal zigurat de Ur, que aparece durante la etapa Neosumeria a finales del III milenio a. C.
Al noroeste de Sumer siguiendo el curso del río Éufrates encontramos Babilonia. Los babilonios a mediados del I milenio a. C. aprox. están esculpiendo la arcilla húmeda con motivos animales de valor religioso antes de secarla al sol (relieve a mano).
Introducen además el esmaltado, una técnica innovadora que 3000 años después podemos ver en las losas de Cerámicas Antonio Alemán. Muestra majestuosa de todo ello lo constituye la puerta de Ishtar (Museo de Pérgamo, Berlín), una de las ocho que componían la doble muralla que fortificaba la Babilonia de Nabucodonosor II, donde la arquitectura era un símbolo de poder político y religioso.
Aun así estas técnicas se perfeccionan en el Imperio persa de Darío I (521-486 a. C.), por ejemplo, con una mayor gama cromática, como podemos ver en el friso de los Arqueros de su palacio en Susa (sudoeste del actual Irán).
A partir de aquí la creciente Roma toma el relevo en la tradición ladrillera.
Los romanos, aun no siendo los pioneros en el empleo del ladrillo en Europa (lo fueron los griegos), son los que difunden y aprovechan esta técnica cerámica a partir del siglo I a. C.
La llevan desde el sur de Italia hasta todos los rincones de un Imperio cada vez más extenso, incluida la Península ibérica, donde los pueblos ibéricos emplean adobe en sus viviendas, como en Ullastret, Gerona.
Representan un nivel mayor de esplendor fabricando desde el siglo II d. C. un tipo de ladrillo muy demandado del que se obtienen considerables beneficios. Previamente introducen el sofisticado horno de cocción que describíamos al principio y desarrollan toda clase de sistemas constructivos, como el opus recticulatum, opus mixtum, opus spicatum, etc.
Al principio el ladrillo era empleado en la construcción de murallas, pero con el paso del tiempo sería utilizado en termas (Caracalla, Roma), acueductos (Los Milagros, Mérida), arcos (Coliseo, Roma), cúpulas (Panteón, Roma) y con fines decorativos (Mercados de Trajano, Roma). Explotan en definitiva todas las posibilidades arquitectónicas que el ladrillo les ofrece.
Sobre toda esta base el empleo del ladrillo artesanal se dilataría en la existencia del ser humano hasta el siglo XIX, llegando incluso a constituir entre los siglos XII-XVI el ADN de un particular arte en nuestra tierra: arte mudéjar (torre de la catedral de Teruel).
Tras la Revolución Industrial su demanda era tal que la fabricación se mecaniza, dejando de ser el oficio artesano que conocemos actualmente en Valentín, donde todavía perdura. No es mi deseo poner fin a este recorrido sin hacer saber al lector, las obras más relevantes llevadas a cabo con ladrillo artesanal desde el tiempo de los romanos.
En Bizancio, por ejemplo, se emplearía para la construcción de la monumental iglesia de Santa Sofía. Culturas como la islámica llevarían a cabo, por ejemplo, la tumba de los samaníes (Bujara, Uzbekistán).
En China se usaría en la Gran Muralla. Y a partir del Renacimiento en obras tan representativas como la cúpula de la catedral de Santa María del Fiore (Florencia).
También en la estructura del Taj Mahal (India) o en las mezquitas de Ispahán (Irán). Así como en viviendas y fortificaciones de la Edad Moderna, época en que se extiende incluso por la América colonial.
Hoy la cerámica artesanal es un vivo testimonio de este vasto legado, con el que nos vincula históricamente. Bajo mi punto de vista la artesanía cerámica constituye un bien de interés cultural, como tradición y costumbre heredada del pasado que es.
Conecta además con naturaleza, donde el ser humano actúa como nexo, pues su fuerza física e inteligencia transforma la arcilla natural en un objeto humano útil, en este caso para la construcción, cuyo impacto sobre ella es mínimo.
En esencia estamos ante un material resistente y bello, versátil, en mi opinión armonioso y congruente con el medio, mezcla de laboriosidad, habilidad, paciencia y atención humanas a lo largo de la Historia.
> El comienzo de ceramicas Antonio Aleman
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA
CAMPBELL, J. y PRYCE, W. Ladrillo. Historia universal. Blume, Barcelona, 2004.
MARTINEZ, C., GOMEZ, C. y ALZAGA, A. Historia del arte antiguo en Egipto y Próximo Oriente.
Ramón Areces, Madrid, 2009.
MARTINEZ, C., LOPEZ, J. y NIETO, C. Historia del arte clásico en la Antigüedad. Ramón Areces,
Madrid, 2010.
Fernando Robles Sánchez (Murcia, 1984) es graduado en Historia especialidad de Historia Antigua por la Universidad Complutense de Madrid.